nuit et brouillard... noche y niebla... Nacht und Nebel
"El olvido del exterminio es parte del exterminio." Jean-Luc Godard
Estamos nosotros, quienes miramos
sinceramente esas ruinas, como si el viejo monstruo concentracionario
estuviese muerto bajo los escombros, quienes fingimos retomar la
esperanza ante esta imagen que se aleja, como si se curase de la peste
concentracionaria, quienes fingimos creer que todo esto pertenece sólo a
un tiempo y a un país, y quienes no pensamos en mirar a nuestro
alrededor y que no oímos que se grita sin fin.
La voz que se escucha durante la película dice:
Incluso un paisaje tranquilo, incluso
una pradera sobrevolada por cuervos, rica en cosechas y de variadas
plantas, incluso una carretera por la que pasan los coches, campesinos,
parejas, incluso un pueblo de veraneo , con una feria y un campanario,
pueden conducir con toda naturalidad a un campo de concentración.
Le Struthof, Oranienbourg, Auschwitz,
Neuengamme, Belsen, Ravensbruck, Dachau, Mauthausen, fueron nombres como
otros cualquiera en los mapas y las guías.
La sangre se ha secado, las bocas se
han callado, los bloques ya no son visitados más que por una cámara. Un
poco de hierba ha crecido y recubierto la tierra usada para el pisoteo
de los concentracionarios. La corriente no pasa ya por los hilos
eléctricos. Ningunos pasos más que los nuestros.
1933, la máquina se pone en marcha.
Es necesaria una nación sin malas notas, sin querellas. La nación se pone a la tarea.
Un campo de concentración se construye
como un estadio, o un gran hotel, con empresarios, divisas,
concurrencia, sin duda regado con vasos de vino.
Nada de estilos impuestos. Se deja a la imaginación. Estilo alpino, estilo garaje, estilo japonés, sin estilo.
Los arquitectos inventan con calma estos porches destinados a no ser franqueados más que una sola vez.
Durante ese tiempo, Burger, obrero
alemán, Stern, estudiante judío de Ámsterdam, Schmulzki, comerciante de
Cracovia, Annette, estudiante de Burdeos, viven su vida diaria, sin
saber que ya tienen, a mil kilómetros de su casa, un plaza asignada.
Y llega el día en que sus bloques se han terminado, no faltan ya más que ellos.
Detenidos de Varsovia, deportados de
Lodz, de Praga, de Bruselas, de Atenas, de Zagreb, de Odessa, o de Roma,
internados de Pithiviers, pillados en la redada del Velódromo de
Invierno ( Vel´d´Hiv), resistentes encerrados en Compiègne, un gentío de descubiertos in fraganti, de detenidos por error, de arrestados al azar, se pone en marcha hacia los campos.
Trenes cerrados, candados, amontonan a
cien deportados por vagón, ni día, ni noche, el hambre , la sed, la
asfixia, la locura. A veces llega una noticia, recogida por ahí. La
muerte hace su primera selección. Una segunda se hace a la llegada en la
noche y la niebla.
Hoy, en la misma vía, es de día y hace
sol. ¿Se la recorre lentamente, a la búsqueda de qué? ¿ De la huella de
los cadáveres que se desplomaban nada más abrirse las puertas? O bien de
los pasos de los primeros desembarcados empujados a garrotazos hasta la
entrada del campo, entre los aullidos de los perros, los destellos de
los focos, a lo lejos la llama del crematorio, en una de esas puestas en
escena nocturnas que tanto gustan a los nazis.
Primera mirada al campo: es otro
planeta. Bajo el pretexto higiénico, la desnudez, entrega de golpe al
campo , al hombre ya humillado.
Palpado, tatuado, numerado, aprehendido
en el juego de una jerarquía todavía incomprensible, vestido con el
traje azul a rayas, clasificado a veces como << Nacht und Nebel>>, <<Nuit et Brouillard>>,
marcado con el triángulo rojo de los políticos, el deportado ve de
frente en primer lugar a quienes llevan el triángulo verde : los presos
comunes, dueños entre los sub-hombres. Por encima: el kapo, casi siempre
un preso común. Más arriba todavía: el SS, el intocable. Se le habla a
tres metros. En la cima: el comandante. Lejano, preside los rituales. Da
la impresión de ignorar el campo. ¿Quién no lo ignora, por otra parte…?
Esta realidad de los campos,
despreciada por quienes la fabrican, inaprensible para quienes la
sufren, resulta vano que intentemos descubrir nosotros las claves.
Estos bloques de madera, estas literas
en las que se dormía de tres en tres, copnanos en los que esconderse ,
en donde se comía a hurtadillas, allí en donde incluso el sueño era una
amenaza, ninguna descripción, ninguna imagen puede dar cuenta de su
verdadera dimensión: la de un miedo ininterrumpido.
Haría falta el colchón que servía para
ocultar la comida y también de caja fuerte, la colcha por la que se
peleaba, las denuncias, los juramentos, las órdenes retransmitidas en
todas las lenguas, las bruscas entradas del SS imbuido de sobradas ganas
de controlar o de gastar alguna novatada.
Ante este dormitorio de ladrillos, de esos sueños amenazados, no podemos mostraros más que la superficie, el color.
He ahí el decorado: estas
construcciones que podrían ser cuadras, graneros, talleres, un terreno
pobre convertido en terreno baldío, un cielo de otoño llegado a ser
indiferente: he ahí todo lo que nos queda para imaginar esta noche
cortada por llamadas de recuento, de control de piojos, noche que hace
castañear los dientes. Hay que dormír con rapidez. Despertar a
garrotazos, empujones, buscando los efectos robados.
Las cinco, formación en la plaza del
recuento. Los muertos por la noche habitualmente hacen que no salgan
las cuentas. Una orquesta interpreta una marcha de opereta a la hora de
salir a la cantera, hacia la fábrica.
Trabajo en la nieve que rápidamente
será barro helado. El frío agrava las plagas. Trabajo en el calor de
agosto con la sed y la disentería.
Tres mil españoles murieron construyendo esta escalera que lleva a la cantera de Mauthausen.
Trabajo en las fábricas subterráneas.
De un mes a otro, se cubren de tierra, se hunden, se esconden, mueren.
Llevan nombres de mujer: Dora, Laura.
Estos extraños obreros de treinta kilos
no inspiran mucha confianza. Y el SS les espía, les vigila, les hace
reunirse, les inspecciona y les cachea antes de volver al campo.
Pancartas de estilo rústico reenvían a cada cual a su lugar de origen. El kapo
no tiene nada más que hacer que contar las víctimas de la jornada. El
deportado, por su parte, es embargado por la obsesión que dirige su vida
y sus sueños: comer.
La sopa. Cada cucharada no tiene
precio. Una cuchara menos es un día menos de vida. Se cambia dos, tres
cigarrillos, por una sopa. Muchos, excesivamente debilitados, no
pueden defender su ración contra los golpes y los ladrones.
Esperan que el lodo, la nieve, los engulla.
Extinguirse teniendo una digna agonía en cualquier lugar.
Las letrinas, los accesos. Esqueletos
con vientres de bebés acudían allí siete u ocho veces por noche. La sopa
era diurética. Desgracia para quien encontrase un kapo borracho
al claro de luna. Se observaba con temor, y se acechaban los síntomas
de inmediato familiares: <<hacer sangre>> era signo de
muerte.
Mercado clandestino: allí se vendía, se
compraba, se mataba como si nada. Se visitaba. Se imaginaba un plano
de apartamento para la vuelta a casa. Se trasmitían noticias verdaderas y
falsas. Se organizaban grupos de resistencia.
Una sociedad tomaba forma. Una forma
esculpida en el terror, menos alocada en cambio que la orden del SS que
se expresaba por estos preceptos: << LA LIMPIEZA ES SALUD>> -
<< EL TRABAJO ES LA LIBERTAD>> - <<CADA UNO LO
SUYO>> - <<UN PIOJO SUPONE LA MUERTE>>. ¡Así un SS!
Cada campo reserva sorpresas: una
orquesta sinfónica, un zoo, un invernadero en el que Himmler cuida sus
frágiles plantas, el Roble de Goethe en Buchenwald. Se ha construido el
campo al lado, pero se ha respetado el roble.
Un orfanato efímero, constantemente renovado, un bloque de inválidos.
Entonces el mundo verdadero, el de los
paisajes calmos, el de los tiempos de antes, puede aparecer a lo lejos,
aunque no tan lejos.
Para el deportado era una imagen. Ya no
pertenece más que a ese universo finito, cerrado, limitado por
miradores desde los que los soldados vigilan la buena marcha del campo,
mirando sin fin a los deportados, los mataban en ocasiones, a causa de
su falta de actividad.
Todo es pretexto para chanzas,
castigos, humillaciones. Los recuentos duran horas. Una cama mal hecha:
veinte bastonazos. Pasar inadvertido, no llamar la atención de los
dioses. Tienen su potencia. Su terreno para provocar la muerte.
Este patio del bloque once, alejado de
las miradas, apartado para el fusilamiento, con su muro protegiendo
contra al estruendo de las balas. Este castillo de Hartheim, en donde
los autocares con las ventanas tintadas conducen a pasajeros que no se
volverá a ver.
<<Transportes negros>> que parten de noche y del que nadie sabrá nunca más.
Pero el hombre es increíblemente
resistente: aun con el cuerpo quemado de fatiga, el espíritu trabaja,
las manos cubiertas de apósitos trabajan.
Se fabrican cucharas, marionetas que se disimulan, monstruos, cajas.
Se consigue escribir, tomar notas, ejercer su memoria con sueños. Se puede pensar en Dios.
Se llega incluso a organizarse políticamente, disputarse con los presos comunes por el control interior de la vida del campo.
Se ocupa de los camaradas más
tocados…Se les ofrece alimento. Se crean lazos de ayuda. Como último
recurso, se empuja con angustia a los más amenazados al hospital, a la
enfermería ( Revier).
Aproximarse a esa puerta era la ilusión
de una verdadera enfermedad, la esperanza de un lecho. Suponía también
el riesgo de una muerte por medio de una inyección.
Los cuidados eran escasos, los
medicamentos insignificantes, los vendajes de papel. La misma pomada
sirve para todas las plagas. En algunas ocasiones, el enfermo hambriento
come su apósito.
Al final, todos los deportados se parecen. Se asemejan en torno a un modelo sin edad que muere con los ojos abiertos.
Había un bloque quirúrgico. Por un momento, se habría imaginado uno ante una verdadera clínica.
Doctor SS, enfermera inquietante…hay un
decorado, ¿pero detrás? Operaciones inútiles, amputaciones,
mutilaciones experimentales. Los kapos al igual que los cirujanos SS hacen mano.
Las grandes fábricas químicas envían a
los campos envases con sus tóxicos productos. O bien compran un lote de
deportados para sus experimentos. De esas cobayas, algunas sobrevivirán,
castradas, quemadas con fósforo. Hay algunas cuya carne quedará marcada
de por vida, más allá de su vuelta a casa. De esas mujeres, de esos
hombres, los despachos administrativos conservan sus rostros,
controlados al llegar.
Los nombres son igualmente fichados.
Nombres de veintidós naciones. Llenan centenares de registros, miles de
ficheros. Un trazo rojo tacha los muertos.
Deportados mantienen esta contabilidad delirante, siempre falsa, bajo la mirada atenta de los SS y de los kapos privilegiados.
Estos últimos son los <<prominentes>>, la nata del campo.
El kapo tiene su propia habitación en la que puede amontonar sus reservas y recibir por las noches a sus jóvenes favoritas.
Muy cerca del campo, el comandante
tiene su villa en donde su mujer contribuye a mantener una vida familiar
y algunas veces hasta mundana como en cualquier otra guarnición. Tal
vez se aburra un poco más: la guerra no quiere finalizar.
Más afortunados, los kapos tenían un burdel. Prisioneros mejor alimentados, pero como los otros, destinados a la muerte.
Algunas veces, de esas ventanas, cae algún trozo de pan para algún camarada del exterior.
Así, los SS habían llegado a
reconstruir en el campo una verdadera ciudad con su hospital, su barrio
reservado, su barrio residencial, e incluso -sí- una prisión.
Inútil describir lo que pasaba en los
calabozos. Estas celdas calculadas de manera que uno no podía ponerse
ni de pie, ni tumbado, hombres y mujeres, fueron allí sometidos
concienzudamente durante días a suplicios.
Las salidas de aireación no evitaban que se oyesen los gritos.
1942. Himmler llega al lugar. Es preciso aniquilar, pero con sentido de la productividad.
Dejando la productividad a sus
técnicos, Himmler se centra sobre el problema del exterminio . Se
estudian planos, maquetas. Se ejecutan los planes, y los mismos
deportados participan en los trabajos.
Un crematorio, podía dar una imagen propia de una tarjeta postal. Más tarde - hoy- , turistas se hacen fotografiar allá.
La deportación se extiende a Europa
entera. Los convoyes se extravían, se detienen, vuelven a partir, son
bombardeados, llegan al fin. Para algunos, la selección ya ha sido
hecha. Para otros, se hará enseguida. Los de la izquierda irán a
trabajar. Los de la derecha…
Estas imágenes son tomadas poco antes de exterminarlos . Matar a mano toma su tiempo. Se piden botes de gas Zyklon.
Nada distinguía la cámara de gas de un bloque ordinario. En el interior, una sala de duchas falsa acogía a los recién llegados.
Se cerraban las puertas. Se observaba.
El único signo - es preciso saberlo-, es el techo arañado por las uñas.
Incluso el cemento se desconchaba.
Cuando los crematorios son
insuficientes, se organizan hogueras. Los nuevos hornos absorbían sin
embargo varios miles de cuerpos al día.
Todo es recuperado. He aquí las reservas de los nazis durante la guerra, sus graneros.
Nada más que cabellos de mujeres…A quince pfennings ( moneda alemana) el kilo, con ellos se ha elaborado tejido.
Con los huesos…abonos. Al menos se hacen pruebas.
Con los cuerpos… no se puede decir nada…con los cuerpos, se quiere fabricar jabón.
En cuanto a la piel…
1945. Los campos se extienden, están
llenos. Son ciudades de cien mil habitantes. Completos hasta los topes.
La industria pesada se interesa por esta mano de obra indefinidamente
renovable. Las fábricas tienen sus propios campos particulares con la
entrada prohibida a los SS.
¡ Steyr, Krupp, Heinkel, I.G.Farben, Siemens, Hermann Goering ! se aprovisionan en esos mercados.
Los nazis pueden ganar la guerra, estas nuevas ciudades forman parte de su economía. Pero las pierden.
El carbón falta para los crematorios.
El pan falta para los hombres. Los cadáveres obstaculizan las calles del
campo. El tifus…Cuando los aliados abren las puertas…todas las puertas…
Los deportados miran sin comprender ¿están verdaderamente liberados? ¿La vida cotidiana les va a reconocer y acoger?
< No soy responsable>>, dice el kapo.
<< No soy responsable>>, dice el oficial.
<<No soy responsable>>…
¿Entonces quién es responsable?
En el momento en que os hablo, el agua
fría de las marismas y las ruinas llenan los agujeros de los osarios, un
agua fría y opaca como nuestra mala memoria.
La guerra se ha calmado, tiene un ojo siempre abierto.
La hierba fiel ha brotado de nuevo en la plaza del recuento alrededor de los bloques.
Un pueblo abandonado, lleno de amenazas todavía.
El crematorio está fuera de uso. Las astucias nazis han pasado de moda.
Nueve millones de muertos llenan este paisaje.
¿Quién de nosotros vigila desde este
extraño observatorio para advertirnos de la llegada de los nuevos
verdugos? ¿Tienen realmente un rostro diferente al nuestro?
En alguna parte, entre nosotros, quedan kapos con suerte, jefes recuperados, soplones desconocidos.
Estamos nosotros, quienes miramos
sinceramente esas ruinas, como si el viejo monstruo concentracionario
estuviese muerto bajo los escombros, quienes fingimos retomar la
esperanza ante esta imagen que se aleja, como si se curase de la peste
concentracionaria, quienes fingimos creer que todo esto pertenece sólo a
un tiempo y a un país, y quienes no pensamos en mirar a nuestro alrededor y que no oímos que se grita sin fin.
+ Sylvie Lindeperg, “ Nuit et Brouillard” . Un film dans l´histoire, Odile Jacob, 2007.
+ Sylvie Lindeperg, “ 'Nuit et Brouillard' l´invention d´un
regard" in Jean-Michel Frodon ( sous la direction de), << Le cinéma et la Shoah. Un art à l´épreuve de la tragédie du 20 siècle>>. Éditions Cahiers du cinéma, 2007; pp., 85-109.
+ Jean Cayrol, "Nuit et Brouillard" in Oeuvre lazaréenne, Seuil, 2007; pp., 991- 1001
Glosas a "Noche y Niebla"
Testigos que desaparecen en la noche y se desvanecen en la niebla
Reseña en kaosenlared
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