¡Mira a lo alto, Hannah! ¡Mira a lo alto!
El pensamiento único impone unos malvados únicos. Desde la victoria aliada en 1945, el régimen criminal del III Reich se convirtió en la imagen del MAL. Poco después este MAL con mayúsculas fue compartido por el régimen, también criminal, de la Unión Soviética de Stalin. Pero en 1940, cuando se estrenó la película de Charles Chaplin, eran muy pocos los que consideraban malvado y criminal el régimen impuesto por Hitler y sus secuaces.La película "The Great Dictator" fue estrenada en octubre de 1940. Cuando se estaba rodando la película, todavía ni siquiera había comenzado la guerra, pero ya se veía venir lo que pasaría poco después. Al menos, algunas personas, como Charles Chaplin, veían claramente lo que se avecinaba. En cambio, la mayoría bienpensante, los gobernantes de los países libres y democráticos, la Iglesia Católica, los organismos internacionales... no veían nada o no querían ver... No sólo no querían ver, sino que se esforzaron por ocultarlo. Los mismos que en 1945 se rasgaron las vestiduras y organizaron la venganza de los vencedores con los juicios de Nuremberg, exactamente las mismas personas y las mismas organizaciones y estados, cinco años antes, cuando todavía se podía haber hecho algo para evitar uno de los mayores -aunque no el único- desastres de la humanidad, no sólo no hicieron nada, sino que alentaban al dictador.
Odio, venganza, intolerancia, hipocresía, mentira... estos son los auténticos valores de quienes imponen sus normas, de quienes organizan los Estados y sus ejércitos, de políticos y banqueros que organizan el mundo. Odio, venganza, intolerancia, desprecio por la vida, estos son los criterios por los que se rigen, aunque a nosotros nos hablen de libertad, de democracia, de paz, de seguridad...
Charles Chaplin se quedó solo en la denuncia. Quiso abrir los ojos, advertir de lo que estaba pasando y de lo que iba a pasar, pero fueron muy pocos quienes quisieron escucharle.
La película de Chaplin fue prohibida en varios Estados de los Estados Unidos y de Europa. En España no pudo ser estrenada hasta 1976, después de morir el "gran dictador" local. En Estados Unidos, Charles Chaplin hubo de comparecer en 1941 ante una comisión del Senadopara dar explicaciones sobre su película.
Ninguna productora estadounidense invirtió en el filme, que comenzó a rodarse en 1938, sufragado íntegramente por Chaplin. Durante el rodaje, Alemania invadió Austria, más tarde a Polonia y, en 1939, comenzó la Segunda Guerra Mundial. Randolph Hearst, el famoso magnate de las comunicaciones, atacó la película, pues la consideró antinorteamericana por tomar partido frente a Alemania y, de ese modo, romper la neutralidad de la nación. Como era de esperarse, hizo todo lo posible por evitar su exhibición. La embajada alemana en Estados Unidos presentó su protesta oficial ante el gobierno norteamericano por la exhibición del filme y amenazó con prohibir la proyección de películas estadounidenses en su país si El gran dictador llegaba hasta las salas de cine. En aquellos días, Charles Chaplin dijo que si se le cerraban todos los cines él construiría uno para exhibir su película. Por suerte, esto no fue necesario y El gran dictador se estrenó en los teatros Astor y Capitol de Nueva York el 15 de octubre de 1940, coincidiendo con la entrada en París de las tropas nazis. Por desgracia, se confirmaron los augurios de la cinta cinematográfica con un rigor casi documental.
Chaplin abordó el tema como mejor sabía hacerlo, con un humor ácido, plagado de símbolos. Antes de que comenzasen a funcionar las cámaras de gas que utilizaron los nazis en su plan de exterminio de las supuestas razas inferiores y de los disidentes, y que los vencedores han querido convertir en el paradigma del mal, Chaplin ya hablaba en su película de la utilización de gas para matar.
Un barbero judío, soldado en la guerra del 14, y el dictador Hynkel, de pura raza aria y exterminador de judíos, son simbólicamente interpretados por el mismo Chaplin, quien irónicamente nos advierte al comienzo de la película que todo parecido entre ambos es mera coincidencia. Es probablemente el símbolo más significativo de toda la película y que sirve para facilitar la suplantación que permite el discurso con el que termina la película. El judío, con el mismo aspecto físico que el ario, lanza un mensaje de esperanza a las masas congregadas para escuchar a su lider:
“Lo siento; pero yo no quiero ser emperador. Ése no es mi oficio. No quiero gobernar ni conquistar a nadie. Sino ayudar a todos, si fuera posible; judíos y gentiles, blancos o negros. Tenemos que ayudarnos unos a otros. Los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacerlos desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay sitio para todos. La buena tierra es rica, y puede alimentar a todos los seres.
El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado las almas. Ha levantado barreras de odio; nos ha empujado hacia la miseria y las matanzas. Hemos progresado muy deprisa, pero nos hemos encarcelado nosotros. El maquinismo, que crea abundancia, nos deja en la necesidad. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos; nuestra inteligencia, duros y secos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. Más que máquinas, necesitamos humanidad. Más que inteligencia, tener bondad y dulzura. Sin esas cualidades, la vida será violenta y se perderá todo.
Los aviones y la radio nos hacen sentirnos más cercanos. La verdadera naturaleza de esos inventos exige bondad humana; exige la hermandad universal que nos una a todos nosotros. Ahora mismo mi voz llega a millones de personas en todo el mundo; a millones de desesperados , hombres, mujeres, niños; víctimas de un sistema que hace torturar seres humanos y encarcelar a seres inocentes. A los que pueden oírme les digo: “¡No desesperéis!” La desdicha que ha caído sobre nosotros no es más que la pasajera codicia y la amargura de hombres que temen el verdadero avance del progreso humano. Los hombres que odian desaparecerán y caerán los dictadores; el poder que le arrebataron al pueblo ha de retornar al pueblo. Y así, mientras el hombre exista, la libertad no perecerá.
¡Soldados! ¡No os rindáis a esos hombres que en realidad os desprecian y os esclavizan, que reglamentan vuestras vidas y os dicen lo que tenéis que hacer, que pensar y que sentir! ¡Que os comen el cerebro, que os tratan como a ganado y que os utilizan como carne de cañón! No os entreguéis a esos individuos inhumanos, hombres máquina que tienen máquinas en su cerebro y en su corazón! ¡Vosotros no sois máquinas! ¿No sois ganado! ¡Sois hombres! ¡Y con el amor de la humanidad en vuestros corazones! ¡No al odio! ¡Sólo odian los que no pueden amar y los inhumanos!
¡Soldados! ¡No luchéis por la esclavitud, sino por la libertad! En el capítulo diecisiete de San Lucas se lee: “El Reino de Dios está dentro del hombre.” No de un solo hombre o de un grupo de hombres, sino de todos los hombres. Está en vosotros. ¡Vosotros, el pueblo, tenéis el poder, el poder de crear máquinas! ¡El poder de crear felicidad! Vosotros, el pueblo, tenéis el poder de hacer esta vida libre y hermosa; de convertirla en una maravillosa aventura. ¡En nombre de la democracia, utilicemos ese poder, actuando todos unidos! Luchemos por un mundo nuevo; un mundo justo que a todos asegure la oportunidad de trabajo, que dé futuro a los jóvenes y protección a los viejos.
Con la promesa de tales cosas es como esas fieras han escalado al poder. Pero, ¡sólo engañan y mienten! ¡No cumplen lo que prometen! ¡Jamás lo cumplirán! Los Dictadores se hacen libres ellos, sin embargo esclavizan al pueblo. ¡Luchemos ahora nosotros para hacer realidad lo prometido; todos a luchar por la libertad del mundo entero, para derribar barreras, para derribar la ambición, el odio y la intolerancia! ¡Luchemos por el mundo de la razón, un mundo en que la ciencia y el progreso auténtico nos conduzcan a todos a la felicidad! ¡Soldados, en nombre de la democracia, debemos unirnos todos!
Hannah, ¿puedes oírme? Dondequiera que estés, ¡mira a lo alto, Hannah! ¡Las nubes se alejan! El sol está apareciendo. Vamos saliendo de las tinieblas hacia la luz. ¡Caminamos hacia un mundo nuevo, un mundo de bondad, en el que los hombres se elevarán por encima del odio, de la ambición, de la brutalidad! ¡Mira a lo alto, Hannah! ¡Al alma del hombre le han sido dadas alas y, al fin, esta empezando a volar! ¡Esta volando hacia el arco iris, hacia la luz de la esperanza, hacia el futuro! ¡Un glorioso futuro que te pertenece a ti, a mi, a todos!
¡Mira a lo alto, Hannah! ¡Mira a lo alto!”
ABC, 16 de septiembre de 1941
La Vanguardia, 27 de enero de 1946
Crítica sobre el estreno en Lisboa