Todo su afán es huir para recalar en el paraíso prometido de los miserables barrios de las afueras de Lisboa, y desde allí hacia ninguna parte, hacia el vacío. Leao viaja desde el vacío al que se lanzó en Lisboa al vacío del coma y al vacío de un mundo de lava en el que la música puede ser el único consuelo. A Leao le acompaña Mariana, la enfermera que le cuida y que también hace su viaje desde el vacío de una vida vacía hacia el vacío de la casa de lava. Almas vacías que miran hacia un infinito cercano con su mirada perdida en el vacío infinito, en el vacío que lo envuelve todo.
Pedro Costa nos regala una nueva mirada hacia el vacío de unas almas sin pasado, sin presente y sin futuro. Almas anónimas pero con nombre propio: Leao, Mariana, Edite, Tano, Kilim, Nhelas, Bassoé, Bassora, Tina, Alina…
Nacer viejo y morir niño, raro camino el recorrido por Bassoé, quien con su música acompaña a las voces calladas de los habitantes de esta casa de lava.