Leí hace muchos años las "hipocondrías, insomnios, impaciencias, desazones" de las breves páginas de lo que considero una auténtica joya, las "astillas a la deriva, supervivientes de un todo que nunca ha existido...", recogidas bajo el sugerente título de "Los volátiles del Beato Angélico". Inicié un camino nuevo para mí y desde entonces he vuelto con placer a Tabucchi siempre que he podido.
Del blog letrasminusculas copiamos estas hermosas palabras:
Antes de afeitarse el bigotito, Antonio Tabucchi (Vecchiano, 1943) se parecía un poco a Fernando Pessoa. Llevaba gafitas redondas y parecía un ser inofensivo e insignificante, apenas un contable pacífico y esforzado. Cuentan que a Tabucchi le cambió la vida un viaje: un día, cuando era muy joven, se cogió un Fiat 500 y se marchó a Portugal. Desde entonces le obsesionó la incierta luz de Lisboa, a veces desafiante y a veces triste.
Muchos españoles conocimos a Tabucchi cuando se inventó aquel monumento literario sobre un viejo, escéptico y cansado periodista portugués, Pereira, que un día, para su propio asombro, se descubrió valiente, ético, invencible, casi gigantesco. ‘Sostiene Pereira’ fue traducido a cuarenta idiomas, vendió millones de ejemplares y cautivó a medio mundo…, pero el auténtico Tabucchi ya estaba condensado(incluso ferozmente condensado) en un puñado de obritas anteriores, minúsculas e insondables: en los bellísimos renglones del ‘Requiem’ o del ‘Nocturno hindú’ se deslizaba un autor original, sutil, profundo y evocador.
Estas novelas, tan breves que parecen esencias, rompen incluso con su primera obra (‘Plaza de Italia’), que aquí llegó muy tarde, haciendo un pequeño lío bibliográfico a sus seguidores, y que todavía resultaba demasiado tributaria del realismo mágico, como si don Antonio, al principio, hubiese querido convertirse enel García Márquez de las villas toscanas.
Antonio Tabucchi murió el domingo en Lisboa. Los obituarios hablaron de los premios que obtuvo, del triunfo arrollador que cosechó su ‘Sostiene Pereira’, de sus últimas batallas contra Berlusconi. Yo, en cambio, les propongo que vayan a una librería (o a una biblioteca) y cojan alguna de esas novelitas que precedieron a su enorme éxito de ventas y que aquí, en España, se publicaron de tapadillo. Disfrútenlas a sorbos lentos, sin reloj, sin siquiera pretender entenderlo todo.